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EL RETO CONSISTÍA EN: describir una escena en el despacho de la Agencia de Detectives Sutiles. Ninguna otra indicación.
Un comentarista anónimo me hizo una crítica constructiva sobre el uso de los signos de puntuación. Concretamente las rayas de diálogo. Compartió un enlace a una página donde explican el correcto uso de estos signos. Reconozco que siempre había tenido muchísimas dudas sobre cómo usarlos y me di prisa en leer la información. Dudas resueltas.
Es genial recibir feedback constructivo y APRENDER algo que te ayuda a mejorar. Un millón de gracias al comentarista.
También un millón de gracias al escritor Javier Marín que, en la reunión del Club, comentó nuestros relatos y me aportó un par de pinceladas más, sobre estilo.
Me encanta aprender y recibir la mirada objetiva de otros, con voluntad de ayudar.
Y aquí va el relato con las correcciones:
UN FÉRETRO
—No me mire así, hombre. Pase y siéntese, por favor —con condescendencia.
—¿Cómo ha…? —sorprendido.
—¿Qué cómo he sabido que estaba a punto de tocar el timbre? ¡Somos detectives! ¡Los mejores! Cada pequeño detalle lo vemos, lo analizamos, lo guardamos como un tesoro para colocarlo en el puzzle del presente, del pasado o del futuro… —haciéndose el misterioso, mientras le acompaña hasta la butaca frente a la mesa.
>>Le he visto aparcar, quedarse cabizbajo unos segundos antes de salir del coche. He observado su manera de caminar, su velocidad… He hecho cálculos para saber cuánto tardaría en llegar hasta la puerta. Y finalmente, el suspiro antes de pulsar el timbre. Ese suspiro ha sido el resorte que he usado para abrir la puerta —con tono triunfal.
—¡Dios bendito! —atónito.
—En el coche, usted dudaba. Reflexionaba sobre qué decirme, o cómo decirlo, o si decirlo si quiera. Usted se debate todavía entre estar o no aquí. Déjeme adivinar… —se lleva la mano a la barbilla aplastándose el labio inferior, pensativo—. Es un tema moral, está claro. Y un tema amoroso, lo veo en sus ojos… No está seguro de si es correcto lo que va a pedirme, se siente mal…
—Es exactamente así —lo suelta en una ráfaga de voz.
—Dígamelo… Quiere que vigile a alguien, que espíe —con voz sibilina— a alguien.
El otro hombre asiente, con cara de angustia y la respiración contenida.
—Bien… ¿Una mujer?
—Sí…
—Su mujer. Lleva la alianza y la ha tocado todo el tiempo desde que he empezado a preguntar sobre qué le ha traído aquí.
—Sí —apartando sus dedos de la alianza.
—Déjeme observar un poco. El suspiro —señalando la puerta—. Ese suspiro, ha sido largo, entrecortado, contenido, concentrado… Era un suspiro hacia dentro. Suspiraba para algo interno. Una imagen, un recuerdo, un fantasma…—bajando el tono de voz hasta un susurro tétrico.
El otro hombre baja la vista, baja la cabeza, se encoge.
—Y ahora se arrepiente de estar aquí —sin dejar de observarle.
—Sí. No debería haber venido. —Frunce el ceño y se yergue tratando de ganar seguridad.
—Su mujer está muerta, ¿verdad? —le espeta sin rodeos.
—Sí… —titubeando—. Yo…
—Usted quiere saber si lo está de verdad —con tono firme.
—Sí. Parece una locura, ¿no? —con mirada lastimera.
—Aquí nada lo es.
—La enterré… —con desesperación.
—Enterró un féretro.
—¡Con su cuerpo dentro! —casi ofendido.
—¿Hubo velatorio? ¿Vio el cuerpo? —atacando.
—No. Dijeron que estaba demasiado desfigurada, que no se podía —desarmado, rendido.
—Y tiene dudas —conciliador.
—Sí. Son pequeños detalles. Detalles sutiles. Cosas que sólo yo veo. No sé si estoy volviéndome loco —con la mirada ausente y gestos nerviosos—. No debería estar aquí, sino en un psiquiatra.
—Usted, amigo, está en el lugar adecuado. Somos especialistas en los detalles sutiles que nadie ve —pellizcando finamente el aire y retorciéndolo delante de su cara con una sonrisa de satisfacción. Después se estira, le mira fijamente y con altivez dice—: Lo haremos. Acepto su caso.