Está atardeciendo.

El sol deja de dar su calor.

La Tierra retumba

agitada por miles de pasos.

Estoy en frente de todo,

mirando a cada ser ínfimo 

que se oculta

entre las ramas y las hojas

de este suelo,

oloroso y húmedo.

Las miro quieto y oculto. 

Oculta mi energía 

entre los rayos rojizos

que atraviesan el cielo,

de un sol que se va.

¡Si pudiera tocarlos

para guardar el calor!

Pero, soy sólo un hombre.

Y el calor se va.

Suenan tambores a lo lejos:

miles de corazones 

agitados por la rabia, 

el miedo y el dolor.

Esperan dioses,

y yo soy sólo un hombre,

y ha llegado la noche.

Estoy aquí, 

con mis músculos tensos,

esperando una voz 

que me dé la salida.

Notar mi sangre recorrer mi cuerpo.

Notar el sudor recorrer mi piel.

Y mi grito al aire. 

Mi grito,

con todo el dolor, el miedo y la rabia

de los miles de corazones solitarios

que avanzan dormidos por la Tierra.

Con mis puños y mis dientes preparados,

concentrado en la fuerza de mis piernas,

correré la noche y descansaré el día.

Tendréis un dios de noche,

pero a la luz del día, 

soy sólo un hombre.

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