El momento presente. Ese lugar en el que las palabras desaparecen. Quiero explicar tantas cosas que entre todas se hacen la zancadilla y no salen… Rostros, frases, olores, sensaciones, impulsos, ideas, miedos.

Tengo una taza caliente de té entre las manos, humeante, lisa, lo más apetecible e tocar en este momento, y dejo de pensar en todo ese presente torpe, atropellado. Sé cómo te sientes. ¿Por qué necesitas decirlo? Para entenderlo. Quiero ponerle nombre, abrir una ficha con todos sus datos y a ser posible hacer un diagnóstico o un pronóstico o, al menos, un juicio… ¿Está bien? ¿Está mal? ¿Hacia dónde me lleva? ¿A qué se parece?

La taza me ofrece un reflejo sobre la superficie líquida del té. Me miro. Una sombra temblorosa y brillante. ¿Soy así de cálida? El tacto vuelve a evadirme de los pensamientos con los que empezaba… Cálida. No sé si es la palabra que buscaba. Soy cálida. No me gusta lo frío ahora que el invierno empieza a saludar… Soy una sombra de mí misma. Soy temblorosa. Algunos destellos de vez en cuando. Y cálida, sí.

Ya tienes juicio. El diagnóstico: mentalidad poética. El pronóstico: me beberé a sorbitos despacio, disfrutando del calor, sin prisa, contemplando de vez en cuando la imagen para no olvidarme de la sombra, del brillo, del temblor. Dejaré el pensamiento atropellado.

Sé cómo me siento… Líquida, suave, cálida. Tan poco definida como siempre. Tengo que dejar de intentar encajar en ningún molde, del que siempre me derramaré…

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