Esta semana mi familia ha participado en el blog poniendo las condiciones para un RETO de escritura. Han elegido la temática para un relato, y han añadido una pequeña dificultad: debían aparecer tres palabras concretas.
La temática: La soledad en las ciudades.
Y las tres palabras obligatorias: Instrumental, Progreso y… Paco (???)
Ahora el trabajo es mío. Allá va.
Le he llamado, pero dice que tardaría una hora y media en llegar hasta aquí desde Aluche, y que a y media tiene que estar en la cafetería. Odia la cafetería, eso dijo. Pero, no puede faltar otra vez, ni llegar tarde. Su jefe le tiene vigilado, le despediría. Y él se alegraría, pero sólo durante un rato. Cuando tuviera que pagar la habitación me maldeciría… Total, ¿quién soy yo? Casi una desconocida. No va a joder su miserable vida por venir a consolar la mía.
Yo, al menos no dependo de un Paco amargado para pagar mi casa. Yo podría escupirle en la cara, si quisiera. Y ahora mismo lo haría. Iría a la cafetería a escupirle en la cara por explotador y por amargado.
Me ha dicho que vaya allí y así hablaremos. Pero, odio la música instrumental que ponen de fondo, con esos saxofones haciendo florituras horteras y destrozando canciones, que además ya han dejado de ser modernas. Me pone de mal humor, y hoy no estoy para eso.
Pero, no quiero estar sola. Así que me tragaré los saxofones y la cara de acelga del jefecillo subido de humos. Si me toca las narices, le escupiré y punto.
¿Conseguiré traerlo a casa si voy con lo que llevo puesto y con este pelo y estas ojeras? ¿Querrá acompañar y hacerse cargo de este deshecho emocional? No hay todavía un vínculo entre nosotros, sólo un reciente romance sin compromiso… Debería poner un poco de cebo todavía, si quiero que haya progresos en la relación. Y yo necesito esta relación. Necesito una. Alguien a quien llamar, alguien a quien traer a casa para que me abrace. Alguien a quien ir a ver a una cafetería oscura y pretenciosa, para salir de casa y no ahogarme.
Diez minutos de concesión para un poco de maquillaje y un par de rizos forzados con tenacillas y laca. Cambio la sudadera por un ligero escote, pero el abrigo gordo no lo perdono, que Madrid es frío, muy frío, con los solitarios, perdidos y tristes…
Le mando un escueto: «Voy». Sabe que tardaré al menos una hora. Contesta con un pulgar hacia arriba. No quiero amargarle la noche. No me quejaré, no explicaré mis infortunios y pesares. Sólo intentaré que le interese estar conmigo el rato suficiente, el que yo necesito. ¿Unas horas? ¿Unos días? ¿Unos meses? ¿Años? Está lejos de mi vista esa montaña. Sólo puedo pensar en el hoy. Unas horas, sólo unas horas…
Me gusta su perfume. Me gusta su sonrisa. Me gusta su voz. Me costará varios cafés y alguna copa esperar a que termine su turno. Para entonces, quizá ya estemos ambos riendo y me sienta más calmada. La soledad puede ser el mueble más incómodo de una casa de alquiler en una ciudad inhóspita. Y no lo puedo tirar. Estoy pagando por ella. Trabajo para pagar por ella…
Creo que hoy hasta bailaré los floreos de los saxofones.