No tengo letras ni sonidos,

todos se han dormido;

y el camino sigue,

intrigado por el ahora y el después.

No he recogido los frutos,

se quedaron colgando,

estancados en un árbol

de desconocimientos y mentiras,

mientras el viento

cantaba, cómplice,

todas las verdades

en un silencio iracundo.

El viento y las noches

lo sabían y cuchicheaban,

mientras yo y los sonidos

dormíamos,

mirando para otro lado,

el lado de las ilusiones.

Yo estaba aquí,

en esta calle;

pero el resto vive en otro lugar,

donde mi calle tiene otro nombre

y los edificios son más bajos,

pintados con colores anodinos.

Yo no he venido en tren hasta aquí,

vine caminando.

Y ahora miro mis zapatos

y me pregunto: ¿Cómo?

¡Apenas tienen suela,

no pueden amortiguar las pisadas!

¡Pues he dado pasos, zancadas,

he corrido y he saltado!

Y he caminado de puntillas…

Me miro los pies

y veo dos pedestales fuertes,

con ganas de bailar,

bailar en el agua…

Me gusta el agua.

A todo mi ser…

Giraría,

revolotearía en el agua,

todo el tiempo…

Destruye residuos.

Pero, aquí estoy deseando,

sin saber el qué;

viajando,

sin saber a dónde,

y cortando cuerdas

de una marioneta

que no debió apoderarse de mí.

Ni siquiera parecerlo.

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