Nada encendido, todo en silencio y quieto. Los ojos cerrados y respirando. Calma. Te dejas ir.
Dejas que el tiempo se emborrache. Dejas que los nombres se disfracen. Y te da igual lo que, al otro lado, el mundo siga diciendo que es.
En casa, en tu guarida, ese mundo está durmiendo, y aquí ya no hay normas, ni límites, ni lo sólido es permanente. Aquí se permite lo flotante e infinito, lo sagrado y lo imperecedero, lo puro y lo trascendental. Donde el Ser es tan profundo que se vuelve ligero, y el no-Ser coquetea con la Consciencia. Y vas y vuelves y te pierdes, porque estás en casa.
Y en casa eres tú.