Mi tristeza no tiene compañía.
No tiene una mano que la sujete
para levantarse.
No tiene una voz que le ayude
a entender.
No tiene abrazo en que dejar
sus lágrimas.
Y se siente, se deja ser, porque
a fin de cuentas, está…
existe.
Por motivos que es fácil ignorar
cuando te falta corazón.
Mi tristeza se hincha
y si no la miro tampoco yo,
explota como un frágil globo de agua
demasiado lleno.
Mi tristeza es mía,
desde siempre,
sólo mía…
A veces no le soy suficiente.
A veces no sé qué más hacer,
porque no es mi vacío el que le duele,
sino el tuyo,
y yo no sé explicárselo.
Y tampoco me conformo.
Ninguna tristeza se siente bien
en soledad,
ni tampoco apremiada,
ni desvalorizada.
Ignorar.
¿Cómo le explico que se trata de eso?
Una lucha entre personas
ignorantes e ignoradas.
Que el sólo verbo implica ambas caras,
el agente y el receptor.
Pero, sólo hay un germen en todo:
el desamor.
Y eso es lo que la alimenta a ella:
ver, notar, reconocer el desamor
y no servir de estímulo
para vencerlo.
Tristeza… Esa no es nuestra misión.
Volvamos a la simpleza,
a la hermosa sencillez,
lo único fuerte y valioso
de esta vida.
Tristeza… yo tampoco quiero ser de otro modo.