Este relato esta inspirado en la canción «Don’t explain» interpretada por Nina Simone.

Ella está sentada en la penumbra del salón, con la escasa luz de las farolas de la calle entrando por el ventanal. Espera, vestida con un escaso camisón de seda. La cara húmeda, las manos temblorosas. El temblor se traslada a los labios mientras se seca las lágrimas, cuando se escucha la llave en la puerta. Él entra en silencio. Ella le observa durante un momento. Puede oler ese perfume desde su asiento. Aprieta los labios y contiene la respiración brevemente. Pero se ha puesto de pie sin darse cuenta. Él da un respingo.

-Me has asustado.

-Lo siento.

-Es tarde. ¿No duermes?

-No.

Él espera quieto junto a la percha donde ha dejado su abrigo. La mira. Ella le mira a los ojos, se acerca y le besa en la mejilla.

-¿Quieres otra copa?

Él sonríe triste y baja la mirada.

-¿Qué has tomado? ¿Whisky?

Él asiente, admitiéndolo y aceptando la copa de ella.

-¿Por qué estás despierta?

-Quería estar aquí un rato. Sola. El silencio es mi canción favorita. Así puedo oír mi propia letra.

-Eso es muy hermoso.

-Quizá.

-¿Tú no tomas una copa conmigo? -mientras toma la que le ofrece ella entre sus manos e intenta acariciar sus dedos.

-No. No de whisky.

Se aparta y va hacia el mueble-bar. Se sirve algo, no sabe ni qué es. Vuelven a temblarle las manos. De espaldas a él, cierra los ojos, dos lágrimas, un trago.

-Huele bien, ¿sabes? Y usa un carmín bonito.

-Estela, yo…

-No, no. No digas nada. Tómate la copa conmigo.

Él apoya una mano sobre su hombro desnudo.

-¿Ella sabe que existo?

-Sí.

-Bien. No está bien engañar.

-Estela…

-Calla.

Él no sabe qué hacer. Su cuerpo paralizado y la mente dando vueltas entre todas las opciones que su imaginación consigue darle. Ella delante, de espaldas. ¿Llora? No lo sabe.

-Abrázame.

Él obedece titubeante.

-El silencio, ¿sabes? Las horas en silencio… He escuchado mi corazón, mi sangre, el latir de mis células. Parecen pequeñas, parecen frágiles, parecen insuficientes…

-Estela…

-Shhh. No. Hay algo en las horas de silencio que te hace preguntarte si realmente existe.

-¿El qué?

-El silencio. Porque hay tantas palabras, tantos sonidos… ¿Por qué le llamamos silencio? Es como la nada. Cuando crees que no queda nada.

-¿A qué te refieres?

-Nada por decir, nada por hacer, nada por sentir. Y entonces oyes todo eso moviéndose por dentro sin tu permiso. Notas tu cuerpo. Tu cuerpo insuficiente. Su calor, su suavidad, sus curvas. La dureza y la blandura equilibrándose. Viviendo en cada microscópico rincón.

Él le abraza con firmeza ahora.

-Notas la vida que no se calla ni un momento. Y piensas en el único y verdadero silencio, por un instante. Y entonces, la luz de las farolas te parece cegadora, excesiva, y cierras los ojos… He cerrado los ojos, ¿sabes? Había cerrado los ojos… Había cerrado, pensando en el único silencio verdadero.

-Estela…

-Pero no había silencio. Lo pensaba, pero no había. Y entonces… Hay unas células aquí -se recoge el pelo con una mano y señala su cuello, su nuca, con la otra- que gritan. Gritan muy fuerte ahora.

Su piel desnuda y suave, cálida se ofrece ante los labios de él. Él no piensa nada y le besa el cuello. Ya nada recuerda de su decisión, de su promesa.

-Eres de terciopelo, Estela.

Ella se da la vuelta y deja que la bese.

-¡Dios! Eres peor que este whisky. Todas esas palabras, toda esa canción que me sueltas al llegar a casa… Eres…

-¿Soy? ¿Soy algo para ti? ¿Aún no ha llegado la nada?

-¡No, Estela! No… ¡Dios! Me atrapas. Eres peor que una droga. No puedo…

-No puedes dejarme.

-No.

-Pues, que lo asuma.

Deja caer un tirante del camisón y él acompaña con su mano la caída a lo largo de la piel de su brazo. No distingue entre piel y seda.

-Yo soy tu amante, en realidad, ¿verdad?

La luz de las farolas ve caer el camisón. Los hielos de las copas miran a distancia, sin distinguir entre dolor y placer. El carmín ajeno se desprende junto con la camisa y se abandona en el suelo.

Todo se olvida, mientras estás conmigo.

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