Me enfada y me entristece

porque no lo entiendo.

No te entiendo en lo pasado

y no te entiendo en el ahora,

y no me entiendo a mí

y me siento estúpida,

tan incapaz de comprender,

de ver,

de darse cuenta…

Tú hablas de la culpa

y yo lo veo todo tan complejo:

palabras, emociones, pensamientos

mezclados con el tiempo,

con deseos, con aliento…

Creí a la voluntad,

creí a la promesa,

creí al futuro…

y me quedé sin pasos.

Y no lo entiendo.

Tú hablas de lo que nos destrozó, como de una bomba,

y yo siento mi esperanza erosionada. Y me enfado

con tus palabras,

porque no nombras mis vivencias.

¡Ya sé lo que me duele!

Me duele todo lo que olvidas,

me duele todo lo que no has visto en mí,

me duele haberlo puesto tan completo, tan expuesto…

y que no lo veas,

ni antes ni ahora, que no lo nombres, que te olvides,

y busques una culpa en el amor que aún pude dar…

sin ver el que por tí me consumía.

Y me quedé sin pasos.

Y ahora estoy varada,

mirando hacia el océano de recuerdos,

tratando de entender por qué.

¿Cómo es posible esta invisibilidad?

He sido un fantasma, y ahora

que empiezo a hacerme sólida,

ahora que me miro y trato de vivir,

dices que he cambiado y

quieres culparme.

Y me culpas

de haber sido madre,

sin valorar mi fortaleza

y mi determinación de dar y amar.

Me culpas porque se agota,

porque se agotan los pasos hacia ti,

porque me he quedado encallada, herida, dolida,

preguntándome, en la orilla,

incapaz de navegar más tiempo en esta niebla,

en la que yo me pierdo

y tú no me ves.

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